Al igual que muchas de la gente del sector, tus estudios iban completamente hacia otra dirección. Cuéntanos qué estudiaste y cómo empezaste en el mundo del café.

Estudié física hace unos 10 años. Durante el proceso daba muchas clases y en una de ellas me sirvieron un café que me cambió la vida. En ese momento, me compré el peor molino posible y empecé a comprar café a granel en grano, creyendo que solo por eso sería mejor. Ya se comenzaba a notar el auge del café en Barcelona, y finalmente el ‘specialty’ llegó a mí. Entre 2017 y 2018, conocí a José y Florent en Esperanza Café, quienes me abrieron las puertas del tostadero, permitiéndome deambular por ahí, probando todo lo que tenían y viendo todos los procesos. En esos años decidí que, aunque la física era lo mío, no era lo que quería hacer. El café, sí.

Imagino que tus estudios te habrán ayudado a entender muchas de las cosas que ocurren en el proceso del tueste del café.

¡Sin duda! Más allá de los duros exámenes de termodinámica, algo bonito que te enseña la carrera de física es a ser sistemático y resolutivo. Tostar café, por lo general, implica resolver muchos pequeños problemas y hacer ajustes constantes. ¡Es un match perfecto!

Qué tres referentes destacarías dentro del sector.

Un referente muy importante para mí, y que ha terminado siendo una compañera de aprendizajes, es Liza (CafésinMentiras). Cuando estaba comenzando su blog, me pareció una gran herramienta, y al poco tiempo de conocernos se ofreció a compartir muchas de las cosas que sabía conmigo. Ahí aprendí lo que significa ser un profesional del café integral, y en mí se implantó la semilla de hacer bien las cosas desde una visión más global.

Otro referente a quien tengo mucho cariño y aprecio es Lucía, de la cooperativa Cosechando Riqueza (Tapachula, Chiapas). Si antes mencioné profesionales integrales, ella es una de las más completas que he conocido. Se dedica al café por pura pasión, amor y entrega. Puedes verla catando y seleccionando cafés en una mesa, preparando contenedores, organizando microlotes, gestionando pagos de caficultores,  ¡conoce la tierra y domina a la perfección el lenguaje de su entorno! Aspiro a eso.

Por último, quiero destacar el trabajo de la asociación Monkaaba (San Agustín, Huila). Nos conocimos hace poco, pero su actividad e impacto en su ecosistema ya me ha robado el corazón. En un entorno de pequeños caficultores, se encargan de orquestar y organizar todos los aprendizajes, buscar otros mercados y valorizar el café de acuerdo a su calidad y al esfuerzo que conlleva producirlo. Como resultado de hacer bien estas cosas, acaban organizando microlotes excepcionales. En un mundo donde el fuerte se aprovecha del débil, Monkaaba marca la diferencia y promueve el re-equilibrio de poderes y la autonomía de cada uno en la cadena. ¡Un ejemplo a seguir!

¿Qué es lo más disfrutas de tu trabajo?

Algo único que disfruto mucho de mi trabajo es la relación que cada uno desarrolla con los cafés que tuesta. Un consumidor puede tener 3 o 4 paquetes en casa y, al mes siguiente, ya estar con otros diferentes. Como tostador, los cafés te acompañan desde que llegan hasta que se van. Los analizas, te adaptas, ellos evolucionan… Incluso te despides de algunos cuando sus singularidades se desvanecen. Son unos meses en los que realmente profundizas en su estructura y transformaciones. ¡Suena freak! Pero es una relación sensible, calmada, de disfrute y mucho aprendizaje. Una visión pausada en un mundo de consumos rápidos.

¿Cómo imaginas Jaleo en 5 años?

Como mínimo, seguir tostando cafés igual de ricos y con un impacto igual o mejor que ahora. Construir relaciones de confianza con tus proveedores, sean productores o importadores, lleva tiempo. Del mismo modo, elegir a las personas con las que trabajas, y que las personas con una sensibilidad que resuene contigo te encuentren, también requiere tiempo. El café de especialidad (si es que aún significa algo) abarca muchas cosas, aunque el mercado lo clasifique como algo monolítico. Uno debe posicionarse y promover aquello en lo que cree, de una manera coherente y sin concesiones.

La postura a la que aspira Jaleo es clara: cualquier persona que participe en la cadena debe ser capaz de negociar sus propias condiciones desde una posición de autonomía y poder. Algo bonito de Jaleo es que no tiene prisa, es un proyecto orgánico cuyo fin no es ambicioso. La calidad de lo que ocurre está en el proceso: en los cafés y en las personas que se cruzan en el camino.